En memoria de mi hijo Joaquín Lix Klett (30/07/22 - 12/08/25)
El día que nos casamos con Victoria en la Estancia Jesuítica Las Carreras, en Tafí del Valle, ella seguramente estaba poniéndose aún mucho más linda de lo ya que es. Yo estaba en casa de mis viejos, con mi familia, rodeado de amor, nervios.
En eso veo la sotana de mi hermano Jose María—que es sacerdote— y se me ocurre:
“¿Y si me la pongo?”. Me la puse. Y claramente, no me sentí cura. Me sentí Neo en The Matrix. Y hoy estoy acá, sin sotana ni anteojos negros. Pero estoy de pie. Y pidiéndole a mi hermano que me de la sabiduría de los sacerdotes para hablar en estos momentos tan difíciles que nos regala la vida.
Así que les pido paciencia: Porque Joaco lo vale.
Porque en estos momentos también necesitamos una sonrisa real. Porque eso hacía él cada instante de su vida. Nos sacaba una sonrisa hasta cuando todo dolía. Porque sus 3 añitos fueron de mucho dolor pero de muchísimo más amor.
Joaco fue un Leoncito. Un alma enorme en un cuerpo chiquito. Era pícaro, alegre y juguetón. Te sacaba la ficha al instante. Los médicos no podían creer la estimulación cognitiva que tenía a pesar de su bendita discapacidad.
Fue ternura, coraje, picardía, luz. Vivió con lo que le tocó, y lo vivió pleno. Gracias a Victoria, a mis hijas Fini, Trini y Fausti y a su “hermanita da la panza”, como él decía.
Nos enseñó a poner lo esencial sobre lo superficial. A no dramatizar. A disfrutar, incluso cuando parecía que no se podía aguantar más dolor.
Joaco no nos hizo más fuertes: Nos hizo más verdaderos.
Y nos dejó una misión. Estos tres años fueron intensos. Duros, sí. Pero fértiles como ninguno.
A mi mujer Victoria la hizo una Leona: mil madres en una madre. Transmitiendo amor y un mensaje de fe y esperanza sobre la discapacidad. Y sobre todo, ELLA, que es amor, fe y entrega pura. ELLA, fue la que sostuvo cuando todo temblaba. La que nunca dejó que se nos enferme el alma.
A mí me llevó a mover el mundo desde este rincón chiquito que es Tucumán. Me contacté con los número uno de medicina y ciencia: OpenAI, Google DeepMind, Stanford, AlphaGenome, el científico inglés y eminencia en Inteligencia Artificial Marcelo Funes-Ganllazi. Todos ellos me ayudaron a crear “I AM DA” (En inglés “Soy papá” que también significa Intelligent Augmented Medical Diagnosis Assistant).
Nos transformaron. Y deseo que esa fuerza siga ayudando a miles. De ustedes, de vos, también depende.
Yo no vine a explicar nada. Vine a dejar una convicción: Amen. Abracen. No se guarden el amor. Dios y la Virgen no están lejos.
Están en la sonrisa de tus hijos. En el que se queda cuando los demás ya se fueron. En los momentos simples. En una mesa compartida, en una carcajada honesta, en un abrazo que no pide nada.
Joaco está. Y va a seguir estando. Jugando, riéndose, apareciendo cuando menos lo esperemos. Porque él no se fue. Joaco se elevó mucho más que nosotros. ¿En qué momento dejamos de ser niños? Volvamos a ser niños, más que nunca en esta Era de la Humanidad Aumentada.
Un último gesto de amor que tuvo, porque así lo hubiera querido él. Fue donar sus tejidos al Hospital Universitario Austral (todo el agradecimiento a la gente de ese Hospital de Amor y todo el grupo de terapistas que todos los días amaron a Joaco, gracias eternas). Esos pedacitos de nuestro enano servirán para que se estudie su enfermedad, que no llegó a tener un nombre, y pueda ayudar a otras familias. Porque su paso no termina acá. Porque todavía tiene mucho que dar.
Ahora, les propongo un ejercicio. Imagínense que son un dron. O un globo aerostático, si sos más jovato. Desde arriba, ¿qué ven?
Gente reunida. Una comunidad. Una familia. Un padre hablando. Un hijo presente. Miren el pasado. Miren el presente. Y miren el futuro… Distinto, sí. Pero lleno de sentido. Porque cuando uno mira con perspectiva, entiende que la vida no es lo que esperábamos, pero que igual vale cada segundo.
Mi abuelo Tito me decía: “Fede, la vida es como la cocina. Tiene sal y azúcar.” Momentos ásperos. Momentos dulces. Pero hay que saborearlos todos.
Porque vivir es un milagro espectacular. El cuerpo y la mente se pueden enfermar. Pero que nunca se te enferme el alma. No dejes entrar el rencor, ni la envidia, ni el egoísmo. No sirven. No construyen. No valen.
Joaco no dejó un vacío. Joaco dejó un mensaje. Una melodía. Una manera de vivir. Y hoy, allá arriba, la sigue cantando con picardía.
Gracias por escucharlo. Gracias por estar.